Claudio Lagos - CIPER
16 / 10 / 2025
“«31 Minutos» es un caballo de Troya con peluche. Entra por la guitarra de juguete y la precariedad textil, se queda por la brisa fresca de la doble lectura. La puesta en escena minimalista —mesa, micrófonos, marionetas sin pirotecnia— despoja al show de su escenografía infantil y deja a la vista el mecanismo: letras que amarran, personajes que dicen verdades con voz de esponja. Con eso basta. Cuando quitas el envase y el contenido aún vibra, hay arte. Y cuando tiembla en Washington y en Iztapalapa, hay fenómeno”.
“Parte del éxito del show está en que la modulación caricaturesca, casi expansiva de los personajes, maquilla el habla cerrada y arrastrada nacional. No es que se disfrace el acento de este lado del cono sur; es que, entre pitos y flautas, «31 Minutos» inventó el suyo propio: un dialecto de utilería, rico en códigos, donde la entonación sube y baja como acordeón. Esa prosodia de muñeco de trapo domestica lo intraducible. No elimina el chilenismo, lo convierte en música funcional que cualquiera puede tararear. Así, lo que antes se perdía en modismos quedó emulsionado en una voz propia que hoy comparten otros territorios de Latinoamérica: una lengua performática, reconocible y querible, que suena a Chile sin necesidad de pedir perdón”.
“El secreto mejor guardado del programa es también el más obvio. Hay mucha creatividad enemiga de lo común al servicio del propósito: llevar los temas significativos al público infantil. Y de taquito, conectar con el público mayor. Existe en este grupo una fuerza creativa imposible de domar. Todo lo que hacen tiene en esencia un propósito innovador y cuando eso sucede estamos ante algo único, que está más cercano al arte que a la reproducción. «31 minutos» exporta toneladas de creatividad. Exportar imaginación en un país extractivista ya es subversivo”.

