Columna de Álvaro Ceppi: El cine argentino y el antagonismo cultural

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Álvaro Ceppi - CIPER

02 / 05 / 2024

El penúltimo lunes de abril, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de Argentina (INCAA) amaneció con sus puertas cerradas y sus trabajadores suspendidos. También su emblemático complejo de exhibición de películas, el Cine Gaumont. Desde su fundación en 1958, este organismo estuvo detrás de cientos de obras del patrimonio cinematográfico argentino, coronadas por un éxito local e internacional en taquilla y premios, como sucedió con sus ganadoras del Oscar La historia oficial (1985) y El secreto de sus ojos [imagen superior](2009). Es decir, un ente público de fomento y apoyo con resultados concretos, que transformó la actividad audiovisual argentina en un polo productivo y artístico reconocido en la región y el resto del mundo.

Sin embargo, un gobierno de turno ha decidido desmantelar —como parte del recorte masivo al gasto fiscal argentino que ha caracterizado a la nueva administración de Javier Milei— una política pública solidificada en décadas de trabajo y esfuerzos entre el Estado y el sector productivo artístico, que desarrolla inversiones, genera industria, y da trabajo a unas estimadas 700 mil personas, según la Cámara Argentina de la Industria Cinematográfica (CAIC). De hecho, Argentina es —o era— uno de los muchos países con una política de fomento y apoyo a la industria audiovisual. La misma que encontramos en países cuya industria a priori parece autosuficiente, como Estados Unidos y Canadá, donde existen estímulos tales como incentivos tributarios que fomentan la inversión, desarrollan comunidades productivas, y potencian muchas otras actividades económicas, como el turismo y los bienes raíces.

El aporte del cine es cultural y económico. Sin ir más lejos, en nuestro país, ya en 2013 —según cifras del entonces Consejo de la Cultura— el aporte de la industria creativa al PIB era 2,2%, superior al de otros sectores emblemáticos, como la pesca (0.4% en esa misma medición). Entendemos por «industria creativa» al conjunto de actividades productivas que combinan la creación y comercialización de contenidos con valor cultural, como la música, los libros, el arte y el cine, y que contribuyen significativamente tanto a la economía como a la identidad de una sociedad.

Por eso, cuando los gobiernos que no son cercanos a la cultura toman este tipo de decisiones, como el cierre del INCAA, vale la pena preguntarse si los criterios considerados son netamente macroeconómicos. Por lo mismo, lo que este mes ha sucedido en Argentina es una señal de atención para toda la industria creativa en Latinoamérica.

A escala local, el crecimiento del sector en Chile es innegable: en la formación, con un diverso grupo de carreras de cine y animación que hace veinte años no existían; en la difusión internacional, con el éxito y premios para cintas como No, Una mujer fantástica y La memoria infinita; y ni hablar de la presencia chilena en los Oscar, que ya acumula siete nominaciones y dos estatuillas en los últimos diez años [ver columna previa en CIPER: “Chile en los Oscar: sueños de guionista”].

Todavía hay mucho por avanzar, por supuesto. Complementar la actual política de subvención artística con una de inversión y estímulos para producciones locales e internacionales no solo es necesario, sino también estratégico. Y aunque el aumento del presupuesto de Cultura al 1% —un compromiso de gobierno del presidente Gabriel Boric— es importante, también tal vez sea tanto o más relevante finalizar la instalación del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Necesitamos una institucionalidad robusta, moderna y dinámica que esté preparada para los numerosos desafíos que se avecinan.

Hoy pensamos en Argentina. En las y los colegas que se preguntan cómo llegaron a este punto. Nos duele su presente y estamos aquí para manifestar que su cultura y cine han sido siempre un referente que respetamos y admiramos. Por lo mismo, es muy importante también proteger y valorar lo logrado a nivel local. Desde ya, manifestar aquello que debe mejorar, pero mantener una mirada a largo plazo, para que ésta y futuras generaciones de creadores tengan un lugar y espacio para desarrollar su obra y oficio. Y así, no depender de las decisiones abruptas y viscerales que nacen de promesas populistas de campaña, pero que no tienen sustento en la realidad ni los datos de su actividad.

Por Álvaro Ceppi, director de la Escuela de Cine y Realización Audiovisual UDP, en CIPER.